Ficha técnica
Título original: Sakura no mori no mankai no shitaAutor: Ango Sakaguchi
País: Japón
Idioma: Japonés
Traductores: Jesús Palacios & Susana Hayashi
Fecha edición original: 1947
Fecha traducción: 2013
ISBN 13: 978-84-941125-4-6
Núm. Páginas: 160
Editorial: Satori
Género: Cuentos | Terror
Sinopsis: Un despiadado ladrón se ha instalado en las montañas y aterroriza a los viajeros que osan cruzar el solitario paso de Suzuka, un camino poco frecuentado que atraviesa un misterioso bosque de cerezos. Un día, en una de sus habituales fechorías, el ladrón cae rendido ante la arrebatadora belleza de una enigmática mujer y decide llevársela consigo para convertirla en su esposa. Subyugado por su hermosura, el bandido se desvivirá por colmarla de oro y joyas y accederá a trasladarse con ella a la capital. Una vez allí, el deseo irrefrenable de la caprichosa mujer lo sumirá en una vorágine de muerte y locura que solo podrá llegar a su fin de una única forma.
«En el bosque, bajo los cerezos en flor» es la esencia misma del relato fantástico y de horror, aquel que se basa tanto en lo contado como en lo que no se cuenta y donde el verdadero miedo yace en la naturaleza misma de la vida y sus preguntas sin respuesta.
Incluye también «La princesa Yonaga y Mimio» y «El Gran Consejero Murakami» otros dos relatos de Ango Sakaguchi protagonizados por mujeres fatales en los que la belleza se torna en perversión y el deseo, en violencia.
Reseña
De los tres cuentos que componen este libro, «En el bosque, bajo los cerezos en flor», «La princesa Yonaga y Mimio» y «El gran Consejero Murakami», el que me ha cautivado por completo ha sido el que da titulo a la obra, no sólo por la exquisitez de Ango a la hora de crear una atmósfera inquietante y lúgubre, donde la magnífica y efímera belleza de las flores del cerezo es percibida de repente como algo aterrador de carácter casi inaprensible, sino por algo que comenta Jesús Palacios: «En él encontramos la esencia misma del mejor cuento fantástico y de horror, aquel que se basa tanto en lo contado como en lo que no se cuenta».
No me ha sorprendido demasiado nada de lo que se cuenta sobre Ango en el epílogo pese a que era, hasta la lectura de esta obra, un completo desconocido para mí, porque analizando el primero de los cuentos he dado con algunas claves importantes que después he visto confirmadas en los otros dos, una de esas claves es una de la cuatro nobles verdades del budismo: el deseo es sufrimiento. Todos los personajes se ven abocados al sufrimiento y al dolor por un anhelo, un deseo, que en el caso de los tres protagonistas principales siempre va asociado a una figura femenina, estas figuras femeninas ansían algo que sólo los protagonistas pueden darles y que es a su vez la fuente de sufrimiento de los primeros al otorgarlo y de las segundas si se les niega, pareciera que el autor ha dibujado con palabras un ouroboros.
El segundo cuento que compone este volumen es bastante similar al primero, si bien no tiene la misma fuerza a la hora de envolver al lector con ese halo fantasmagórico de los cerezos, sí está a la par a la hora de presentar a una mujer extremadamente hermosa pero terriblemente cruel por la que el protagonista se siente atraído de forma irremisible al mismo tiempo que experimenta una especie de temor indescriptible. En esta narración se encuentra una de las frases más memorables de todo el libro.
—Las cosas que uno ama hay que maldecirlas, matarlas, combatirlas.
El tercero no me ha llegado, siendo sincera, no percibo en él la potencia de los otros dos, pero me ha servido para apuntalar mi visión sobre el estilo de Ango y para esbozar una sonrisa leyendo la anécdota sobre Madeleine de Scudéry.
Hace mucho tiempo una situación parecida se vivió en París. Sucedió en el siglo XVII, aunque si lo comparamos con esta historia, no parece un tiempo muy lejano. En esa época vivio una dama llamada Mademoiselle Scudéry, admirada por su belleza e inteligencia. Hay una célebre anécdota que relata cómo Mademoiselle Scudéry contestó con una ingeniosa poesía de dos versos a la broma del rey, quien burlándose de la ola de inseguridad que asolaba la ciudad, afirmó que incluso los amantes más apasionados habían dejado de visitar a sus favoritas. Mademoiselle Sucéry respondió que un amante temeroso de unos bandidos era indigno de ser llamado «amante».